Ante todo, decir que Lolita, se mire como se mire no es una novela de amor. Nabokov habla de abuso, de pedofilia, de violencia sexual y de la romantización de un deseo enfermizo hacia niñas indefensas, y lo hace por la boca de Humbert Humbert, un narrador no fiable que manipula el relato para justificar su abuso. Su discurso intelectualizado, refinado e irónico es una máscara que esconde el comportamiento abusador y pedófilo de un narcisista que sufre erotomanía y una obsesión patológica con las nínfulas, que no son más que niñas que él erotiza. Representa un depredador que se ampara en la cultura y el poder patriarcal para justificar la violencia psíquica, física y sexual que ejerce sobre una niña de 12 años.
Lolita tiene 12 años y no es la criatura seductora y decidida que Humbert describe, es una niña que queda a merced de un adulto manipulador y sádico cuando su madre muere. Su madre, Charlotte, es una mujer invisible que busca amor y validación y aunque Humbert se casa con ella para tener acceso a su hija, a Lolita, pronto comprueba que no es la persona débil y manipulable que él pensaba. El abusador de niñas, aunque presenta a su esposa como ridícula y cargante, no es capaz de maltratar ni plantar cara a Charlotte (como hacía con su primera mujer) porque ella, a pesar de estar muy enamorada de él (sin saber por supuesto que la desprecia), tiene una red de amistades que le dan cierto soporte y la capacidad de imponer su criterio y de hacerle saber que ella también tiene opinión. Es vulnerable, pero no tanto como para que él se atreva a maltratarla y humillarla a pecho descubierto. Es más, cuando ella descubre los escritos de él insultándola y reconociendo su deseo por Lolita, monta en cólera y se rebela, aunque, paradójicamente, su respuesta impetuosa le cuesta la vida y pone a su hija en manos de su marido pedófilo. Su muerte permite a Humbert el control total sobre Lolita, y simboliza cómo las figuras maternas en el patriarcado son ridiculizadas, anuladas y totalmente silenciadas.
Ser partícipe del abuso al que el adulto somete a Lolita es demoledor. El aislamiento, las violaciones sistemáticas, el maltrato al que es sometida la niña resulta insoportable para el lector, por mucho que el narrador racionaliza el abuso, ironiza sobre él y sexualiza a su víctima. A través de una bella prosa, y sin que se describan imágenes especialmente explícitas, el horror está presente en todo momento, y ni el cinismo del narrador ni el lirismo que utiliza para describir sus acciones encubren ni por un momento su perverso comportamiento.
Nabokov muestra a un criminal que tiene voz y cuenta su historia, y a una víctima silenciada que no narra. Su drama diario lo explica su violador, su maltratador, el que la ha anulado como niña, como futura mujer, como persona libre y completa. Humbert glamouriza la violencia sexual amparado por un sistema cultural que la da voz y que está dispuesto a culpar a la víctima de su situación mientras que Nabokov muestra sin piedad toda la violencia (física, emocional, sexual) que sufre Lolita cada día de su vida cuando es obligada a convivir con un pederasta. El narrador y el autor, en este caso, no son la misma cosa.