En 1978 terminó el secundario y quiso seguir la carrera de Sociología. No pudo. La dictadura había cerrado el ingreso a carreras consideradas sospechosas. Entró en Ciencias Económicas, en Contador Público. Venía de una familia de clase media baja que me mandaba con esfuerzo a la Universidad, por eso mi objetivo era poder trabajar. Tuve el mejor promedio de la UBA de ese año, entre ocho mil, nueve mil alumnos,dice. Siendo el mejor promedio, parecía lógico que la eligieran en uno de los estudios de auditorías más importantes del país. Sin embargo, en aquellos tiempos, una empresa se podía dar el lujo de no contratar mujeres, aún si tuviera el mejor promedio de la Universidad de Buenos Aires. Presionada por las nuevas leyes antidiscriminatorias de su país de origen, la empresa ese año hace una excepción. Y Claudia es contratada.Entonces sí, cuenta el relato mítico de su origen como escritora.
En ese momento estaba trabajando como gerente administrativa de una empresa que tenía una sucursal en San Pablo. Tenía que viajar para hacer un inventario, iba en el avión leyendo el Ámbito Financiero y veo un recuadro chiquito que dice: editorial Tusquets, concurso de novela. Ahí, me dije: “bueno, basta, vuelvo a Buenos Aires, pido una licencia y escribo para este concurso, porque si no me va a explotar la cabeza.” Volví, pedí la licencia, y me puse a escribir la novela. Las ganas de escribir se impusieron por sobre ciertos detalles: fue a buscar las bases del concurso tiempo después de haberse largado a contar la historia que tenía en su cabeza. Y para cuando las tuvo, comprendió que era un concurso de una conocida colección de novelas eróticas: La sonrisa vertical. Y lo que en otro supondría la excusa para dejar de lado su empeño, en Claudia, pareció solo un obstáculo ; dice: entonces no solamente tenía que escribir una novela, si no que tenía que ser erótica. Así que empecé a leer a Anaïs Nin, a Henry Miller, Baudelaire.La escribió. La mandó al concurso. Y meses más tarde, recibió una carta de Berlanga (el director de la colección) diciéndole que su novela estaba entre las diez finalistas. No gané el concurso, dice, pero recibir esa carta fue una marca de iniciación: un espejo que te devuelve alguien que dice, “bueno si te esforzás y te dedicás, a lo mejor llegás”.La novela se llama El secreto de las rubias y es la única de sus novelas que todavía permanece inédita.
Mientras era contadora escribí siempre. Cuando pasó esto, ahí empecé a tener la fantasía de dejar el trabajo de contadora. Pero vivía sola, tenía que pagar la luz a fin de mes, llenar la heladera, como todo el mundo. Lo que intenté fue ir armando una posibilidad de trabajo que me acercara más a la escritura. Vi un aviso, entonces. Era una editorial de revistas que se llamaba Editores Asociados. El dueño era Oskar Blotta, gran dibujante y director de revistas como Eroticón, Emanuelle, etc. Él pedía estudiante de Letras, o de periodismo.Le mandé una carta ; le decía que yo creía que podía trabajar en esa revista. Que había sido finalista del concurso de La Sonrisa Vertical; en fin: la carta era muy lanzada, insistía en por qué yo pensaba que sí podía hacerlo a pesar de no tener las características que decía el aviso.Me llamó a una entrevista y me tomó. Y empecé a trabajar en la editorial.Pero al tiempo de esto, la verdad que no llegaba a generar el ingreso necesario para seguir viviendo como vivía.
Y me ofrecieron otro trabajo en una petrolera que se venía a instalar a la Argentina. Me hizo dudar.Y Claudia, otra vez, volvió a redoblar la apuesta: se lo planteé a Oskar Blotta. Y entonces me dio la oportunidad de cambiar de la redacción a ser una especie de asistente de él para revisar las distintas publicaciones y a la vez, seguir escribiendo. Esa nueva situación mejoraba un poco mi sueldo, Y ahí sí, no volví ya más como contadora.
Y tiempo más tarde ocurre el hecho que resultará una bisagra en su camino: el premio Clarín-Alfaguara y la publicación de Las viudas de los jueves. El libro terminó generando un fenómeno de masas (más de 500.000 ejemplares vendidos) que resulta siempre complejo entender o explicar. Incluso, para ella misma. Las viuda de los jueves, dice, tiene que haber tenido una conjunción de factores para ser lo que fue: El premio Clarín es fundamental, reconoce. Era la primera vez que en el jurado había un premio Nobel, Saramago. Y de inmediato se detiene en lo que tal vez sea una explicación estética: escribí una novela que tenía cierta urgencia en el lector, en el sentido de que el otro está esperando que vos le cuentes eso. Y a pesar de que Claudia quería escribir una novela sobre la sociedad de los 90, se encontró con la voraz ansiedad de los lectores sobre la vida en los barrios cerrados o condominios.
Y para terminar también reconoce un elemento extra-literario que tuvo una influencia decisiva y no del todo mensurable: en el momento de haber terminando la novela, antes de publicarla, matan a la socióloga María Marta García Belsunce que vivía en el barrio cerrado del Carmel, donde se desarrolla la trama. Otro de los factores posibles de su éxito: el poder reparatorio de cualquier ficción.