SIEMPRE HEMOS VIVIDO EN EL CASTILLO
Merricat, la protagonista de Siempre hemos vivido en el castillo, lleva una vida solitaria en una gran casa apartada del pueblo. Allí pasa las horas recluida con su bella hermana mayor y su anciano tío Julian, que va en silla de ruedas y escribe y reescribe sus memorias. La buena cocina, la jardinería y el gato Jonas concentran la atención de las jóvenes. En el hogar de los Blackwood los días discurrirían apacibles si no fuera porque algo ocurrió, allí mismo, en el comedor, seis años atrás.
Lo terrible de Siempre hemos vivido en el castillo, más que el envenamiento que se produjo en la casa, más que la sospecha de quién mató a la familia y por qué, es la constatación de que el rencor y la necesidad de buscar un chivo expiatorio a quien odiar y culpar de pecados difusos e inexistentes, es mucho más fuerte que la capacidad de perdonar y de otorgar no ya otra oportunidad, sino simplemente el beneficio de la duda. La intolerancia a lo diferente, la envidia, la incapacidad de perdonar, son aquí igual de terroríficos que el posible envenenamiento, que, en definitiva, tuvo su juicio y su sentencia. En ningún momento la autora explica por qué pasó lo que pasó ni qué desencadenó semejante tragedia, lo cual resulta inquietante, pero más inquietante es ver cómo tratan en el pueblo a Merricat, cómo las visitas invaden la apacible vida de las hermanas escondiendo un morbo insano bajo la apariencia de interés sincero, como nadie (ni siquiera la autoridad pertitente) es capaz de velar por el bienestar de ellas y su tío, cómo son maltratadas, insultadas y despojadas de su hogar a causa de una furia ciega, irracional y vengativa que no tiene que ver con nada y como sólo cuando les han arrebatado todo, cuando las han convertido en mujeres invisibles que deciden autorrecluirse para evitar más escarnios y, con toda seguridad, nunca más se van a dejar ver, son perdonadas.
Shirley Jackson, mujer brillante que nunca se sintió como tal, fue capaz de describir como nadie la violencia cotidiana, el horror que puede esconderse bajo la seguridad de lo conocido y lo peligrosa que puede resultar la ignorancia.
Hipnótica, mágica y envolvente, Siempre hemos vivido en el castillo es una preciosa obra maestra que es imposible dejar de leer...