El proper dimecres 16 llegirem Un mundo feliz d'Aldous Huxley. Fragments del comentari sobre la obra de Manuel Rodríguez Yagüe, n'ofereixen una bona aproximació. Un mundo feliz ofrece una inquietante visión del futuro en el siglo XXVI, definido por la ingeniería genética y social.
Dividido en tres partes, el libro nos presenta en primer lugar las generalidades del Estado Mundial, una sociedad que Huxley imaginó tras regresar de un viaje a los Estados Unidos. En el Estado Mundial del año “634 D.F:”, es decir, 634 años después de Ford, no hay guerra, pobreza ni dolor. Y todo ello gracias a la precisa aplicación de la ciencia genética para eliminar cualquier desviación genética entre la población, borrando en el proceso todo aquello que los convierte en individuos dotados de personalidad propia.Es una sociedad homogénea y hedonista que se entrega a la promiscuidad, el uso intensivo de drogas alucinógenas, la felicidad vacía de expresión, el consumismo inducido y el culto al señor Ford ‒símbolo del utilitarismo y el capitalismo más descarnado‒. No existen el crimen, la miseria o la enfermedad, y la medicina ha conseguido una especie de juventud perpetua hasta la muerte que, cuando acontece a los sesenta años, se afronta de forma tranquila y serena en establecimientos diseñados a tal efecto.
Los ciudadanos de este Estado Mundial no nacen, sino que son criados en grandes incubadores.Desde su estadio fetal se les imprimen no solo las características físicas, sino una serie de habilidades y virtudes entre las que se incluyen la obediencia pasiva a la autoridad, el consumismo, el sentimiento gregario y la promiscuidad sexual. Desde antes siquiera de cobrar forma, se les clasifica en castas: los Alfas en el vértice de la sociedad, se encargan de las tareas profesionales; los Betas ocupan posiciones intermedias de mando y los inferiores Gammas, Deltas y Epsilones quedan relegados a los trabajos manuales. La educación se reduce a lo estrictamente necesario para realizar el trabajo que a cada individuo se le asigna en función de su casta genética.
Y es que Huxley imagina una sociedad basada en los principios de ingenieros especialistas: uniformidad e ideología comunitaria taylorista. Frederick Taylor había muerto en 1915, pero su filosofía, el taylorismo, tal y como la entendió y aplicó Henry Ford en la línea de montaje de su famoso modelo T, se convirtió en uno de los iconos de la modernidad tecnológica en los años veinte y treinta del siglo XX.
Las sensaciones de alienación y deshumanización dominan el pensamiento intelectual de la época. El vagabundo interpretado por Charlie Chaplin acaba «procesado» por la cadena de montaje en Tiempos Modernos; Fritz Lang edifica una Metrópolis en la que los obreros son tratados como máquinas y Aldous Huxley retrata la producción en serie de individuos manipulados genéticamente en un mundo en el que Henry Ford es venerado como una figura sagrada y el Interventor Mustafá Mond, al mando de Europa Occidental, simboliza el perfecto industrial.
Sin embargo Bernard Max, un Alfa Plus, el más elevado de los círculos sociales, no es feliz ; se siente fuera de lugar, alienado y desgraciado debido a que un fallo en su proceso de clonación le castigó con un físico poco agraciado propio de castas inferiores. Despreciado por sus jefes y compañeros, amargado y resentido, consigue sin embargo el favor de Lenina Crown, una amante circunstancial de la clase Beta, con quien emprende un viaje turístico a las fronteras del Estado Mundial, a una «reserva» de salvajes en Nuevo Mexico.
La segunda parte del libro describe el encuentro de los «civilizados» turistas con un nativo, John el Salvaje, hijo de una mujer del Estado Mundial, Linda, que quedó atrapada en la reserva tras un accidente. Su fragmentaria filosofía vital y nociones de la dinámica social están determinadas tanto por la tribu de indios en la que vive como por un viejo libro con el que su madre, Linda, le enseñó a leer: las obras completas de William Shakespeare. Bernard Marx ve en el joven la oportunidad de mejorar su estatus y credibilidad entre sus compañeros Alfas, así que arregla las cosas para que John y Linda le acompañen a la civilización.
La última parte gira alrededor del choque cultural que provoca la llegada de John al Estado Mundial. Se convierte en una exótica atracción a la que se pasea por salones y fábricas. En este Mundo Feliz, la religión y el arte han sido eliminadas por su tendencia a desestabilizar la armonía comunitaria. El Salvaje, que se ha autoeducado a partir de embriagadores extractos de las obras de Shakespeare, se enamora intensa y destructivamente de la vacua Lenina.La intensidad de las emociones de John lo lleva a la desesperación. Llevado a presencia del Su Fordería Mustafá Mond, Interventor de Europa Occidental, John mantiene con él una conversación que constituye el auténtico clímax de la novela. En ella, mediante razonamientos tan lúcidos como desasosegantes, ambos debaten los méritos relativos de una miseria poéticamente idealizada y la felicidad diseñada científicamente. Tal es la fuerza de los argumentos de Mond, que John no tiene más remedio que aceptar la enorme disociación entre su marco de valores y el, a su juicio, decadente y depravado mundo en el que ahora vive. Nada le quedará ya sino afrontar su inevitable y solitario destino.
Cuando John discute con Mustafá Mond, éste afirma que “Dios es incompatible con la maquinaria, la medicina científica y la felicidad universal” y explica cómo la droga “soma” ha reemplazado al sentimiento religioso: es el “Cristianismo sin lágrimas”. John responde “No quiero comodidad” ; “quiero a Dios, quiero poesía, quiero auténtico peligro, quiero libertad, quiero bondad, quiero pecado”. Mond sugiere que lo que está haciendo es “reclamar el derecho a ser infeliz” y cuando John lo confirma, aquél le señala que tal derecho también incluye “el derecho a envejecer, ser feo e impotente; el derecho a padecer sífilis y cáncer; el derecho a tener poco que comer; el derecho a sentirse mal; el derecho a vivir en un constante temor a lo que pueda suceder mañana; el derecho a coger el tifus; el derecho a ser torturado por atroces dolores de todo tipo”. Es difícil no admitir que algo de razón tiene.
La sátira aquí es totalmente anfi-freudiana. La definición de Freud de salud mental como la habilidad de trabajar y amar, es caricaturizada en el típico ciudadano del Mundo Feliz, “un ciudadano feliz, duro trabajador y buen consumidor” con acceso ilimitado al sexo.
El otro paralelo de la sátira de Huxley es la Rusia bolchevique. En los años cincuenta, Huxley observó que la dictadura que encabezaba Stalin había comenzado a dejar paso a una forma más actualizada de tiranía y que “el sistema soviético combina elementos de 1984 con elementos proféticos de lo que sucedía entre las castas más altas de Un mundo feliz«. De nuevo, en contraste con el ataque más que evidente de Orwell contra el sistema comunista, el genio de Huxley consistió en seguir la lógica de la ideología comunista hasta sus conclusiones finales.
Resulta sorprendente la fría acogida que esta magnífica obra recibió en Estados Unidos cuando se publicó por primera vez. El motivo es que en ese país la ciencia-ficción estaba viviendo la edad dorada de las revistas pulp y la vertiente más popular del género se definía a menudo a sí misma en contraposición con la ficción de corte más literario.En Estados Unidos se esperaba que una novela de ciencia-ficción transmitiera tanto la cara más optimista de la ciencia como el espíritu de la aventura, el misterio y el romance. Si no era así, quizá la novela pudiera calificarse de literatura, pero desde luego no de ciencia-ficción. Y Huxley ofrecía todo lo contrario al canon pulp: un análisis de todo lo que veía mal en el siglo XX, un sentimiento de pérdida, las consecuencias de la tecnología, el placer vacío, la cultura de masas, la industrialización masiva y el abandono de la espiritualidad… Parece que no bastó que a nivel de ciencia, el británico predijera la clonación, los úteros artificiales, el uso de las drogas con fines recreativos y de control social y los cambios sociales que se derivaban de tales innovaciones. Por ello, resulta irónico que Un mundo feliz, que no fue publicada como ciencia-ficción, sea hoy una de las novelas de ese género más intensas y famosas de todos los tiempos.
¿Qué ecos podemos encontrar de la novela en el mundo actual? Desgraciadamente, más de los que nos gustaría. La felicidad de Mundo Feliz nos parece distópica no porque elimine el sufrimiento, sino porque suprime el elemento espiritual y en este sentido ¿No ha desplazado el bienestar material a la espiritualidad? ¿O es que mucha gente joven no se mostraría hoy encantada con la idea de una sociedad en la que se viviera hasta edad avanzada, sin enfermedades, con mucho tiempo libre y sexo a discreción? ¿No estarían dispuestos a sacrificar a cambio incluso su libertad? ¿Acaso no sufrimos un continuo bombardeo de mensajes que invitan al consumismo más voraz y de eslóganes que empujan a la corrección política y la uniformidad ideológica? ¿No ha aumentado abrumadoramente la banalización sexual gracias a las nuevas tecnologías, con pornografía a la carta en los canales televisivos e internet? ¿No se ha primado la super-especialización educativa por encima de la cultura general?? ¿No hay grandes porciones de la sociedad que se mantienen a base de sexo, deportes, drogas y televisión, tal y como sucede en Un mundo feliz?
Y lo peor de todo es que, demasiado a menudo, cuando leemos el periódico o vemos las noticias en la televisión, la deformada utopía de Huxley no nos parece tan mal lugar para vivir…