Publicada en 1782, esta novela de Pierre Chordelos de Laclos es el retrato de una sociedad egocéntrica y superficial en la que la realidad es un espejismo de vanidades, deseos y engaños. A finales del siglo XVIII (recordemos que la Revolución Francesa empezó en 1789), la frivolidad y la hipocresía de la aristocracia francesa mandan sobre los sentimientos; la pasión, la intriga y la seducción prevalecen por encima de cualquier moral; y el lujo de los grandes palacios y loa ropajes oculta las miserias del ser humano. En este contexto, el apuesto vizconde de Valmont y la maquiavélica marquesa de Mertuil inician un duelo perverso y libertino. Con extrema elegancia, los dos rivales urden las tramas más pérfidas para engañar a sus desprevenidas víctimas. La marquesa de Merteuil quiere deshonrar a la futura esposa de un examante, la joven e inocente Cecilia de Volanges, y para ello requiere de la ayuda de su "amigo" (y también examante) el vizconde. Éste, sin embargo, aspira a una gloria mayor: pretende seducir a la virtuosa y devota presidenta de Tourvel, cuya belleza es tan solo comparable a su castidad. La correspondencia entre los diversos personajes irá tejiendo un universo donde el refinamiento y la perversión de los seductores se entremezcla con la inocencia y la vulnerabilidad de las presas. Sin embargo, en los lances de seducción a veces es difícil saber quién es el cazador y quién la víctima. En la aristocracia francesa del siglo XVIII (la plebe no tenía tiempo, dinero ni energía para estas cosas) el amor es un juego caprichoso y perverso donde los sentimientos no tienen cabida. Los amantes deben respetar tan solo dos normas: no dejarse atrapar por una pasión verdadera, pues eso supondría caer en el fatídico e imperdonable error de la debilidad, y mantener en secreto sus encuentros.
Más allá de pasiones, libertinajes y traiciones, puede decirse que la obra trata temas de actualidad que en aquel tiempo ni se planteaban, como son el consentimiento y la libertad vital y sexual de las mujeres, que se ven obligadas a vivir su sexualidad de manera oculta (si deciden practicarla), a casarse con quien otro hombre (su padre) decide y a mantener relaciones que no está claro que deseen tener. Es interesante el tema del consentimiento que aún hoy en día sigue siendo muchas veces difuso y siempre va en contra de la víctima. Aquí, eso se refleja en lo que le dice la joven Cécile a la marquesa tras su primera noche con Valmont: "¿Y no te resististe? Pero si yo le decía que no todo el tiempo. ¿Pero te forzó, te ató o algo? No, pero es que dice las cosas de un modo...". O sea, que aunque alguien acabe diciendo que sí o cediendo sin convicción, no significa que ese consentimiento sea libre y satisfactorio. Las cosas están cambiando, es verdad, pero cuando una negativa puede provocar la venganza de alguien poderoso, sea difamándote o haciendo que se te descarte para un trabajo, no podemos hablar de consentimiento libre. Y también podría hablarse de por qué mujeres adultas se ven obligadas a relacionarse sexualmente con otras personas adultas de forma secreta, jugándose su "prestigio social" y arriesgándose a acabar solas y vilipendiadas por una sociedad hipócrita que, en realidad, hace lo mismo que ellas...
Las amistades peligrosas, a pesar de todo, no era un panfleto político ni un tratado moralizante para alertar de los vicios en los que había caído la clase alta. Más bien al contrario: el libro quería ser una crónica erótica de lo que sucedía por doquier, una especie de sátira de una sociedad sepultada en secretos a cada cual más escabroso. Y escándalo, desde luego, provocó: en cuanto apareció, la crítica lo tachó de diabólico y de compendio de horrores e infamias. Sin duda, el autor consiguió lo que pretendía.