El periodista Xavi Ayén
entrevista Alan Bennett a "La Vanguardia" (febrer de 2013), amb motiu de la publicació de
Dos historias nada decentes. Diu així, l'entrevista:
Paseando por el barrio londinense de Primrose Hill -a pesar
del frío que cala los huesos- puede uno imaginarse el rodaje en sus calles de
una película romántica inglesa, con Hugh Grant regentando la librería local, y
Keira Knightley viviendo en una de las centenarias casas que otorgan a la zona
un aspecto distinguido, reforzado por algunos de sus ilustres vecinos, como los
actores Jude Law o John Cleese, la cantante Gwen Stefani o el filósofo Alain de
Botton. Nosotros, de hecho, golpeamos una aldaba neoclásica contra una puerta y
aparece, afable y sonriente, Alan Bennett (Leeds, 1934),
leyenda viva del humorismo inglés -aunque semejante etiqueta le quede
estrecha-, que acaba de publicar Dos historias nada decentes
(Anagrama/Empúries). Educado, nos cuenta que "aquí al lado vivía Martin
Amis pero ahora se ha ido a América. Con quien me cruzo a veces cuando salgo a
comprar es con Michael Frayn, el autor de Por delante y por detrás".
Bennett no para: escribe novelas -como Una lectora nada común, protagonizada
por la reina de Inglaterra-, exitosas obras de teatro -La locura del rey
Jorge-, guiones de radio y televisión -pueden oírse algunos en la web de la
BBC- y hasta hace de actor desde los años sesenta.
¿En qué sentido estas dos historias no son decentes?
Las protagoniza gente de clase media, que aparentemente son una cosa, que
viven en un entorno claro, limpio, pero que, en la etapa intermedia de su vida,
se toman unas vacaciones de la respetabilidad. Parecen fugarse de una vida
monótona.
Son historias sobre la libertad, ¿no?
Ambas, sí. Sobre romper los muros de la gente respetable. En la primera,
la señora Donaldson, tras enviudar, decide sacarse un sobresueldo como actriz,
simulando síntomas en las prácticas de los estudiantes de la facultad de
Medicina. En la segunda, un chico guapísimo, Graham, decide casarse con una
mujer muy poco agraciada pero riquísima.
Su sentido del humor es muy serio: con él aborda temas importantes,
placer y envejecimiento, deseo y matrimonio...
No era mi intención parecerle serio... Es sólo la manera en que miro el
mundo, me permite hablar de muchas cosas. No me he visto a mí mismo jamás como
muy radical, no practico ese humor demoledor, es más bien mirar las cosas desde
otro ángulo.
Se integra en esa tradición del humor británico de reírse de las
convenciones sociales...
Supongo, pero no me ven así los críticos británicos, porque como escribo mucho
teatro parece que no sea uno de los grandes escritores. Me ven como parte del
mundo del espectáculo, No me importa, pero creo que es un error considerar de
modo menos serio al que escribe teatro. Me siento querido y leído pero
menospreciado como autor de calidad.
¿Sigue produciendo teatro?
Seis obras en los últimos doce años. Siempre hay algo mío en la cartelera,
si no sabe qué hacer esta noche...
Vamos a la primera historia, la de la señora Donaldson. ¿Son hechos
reales? Es decir, ¿existen este tipo de clases con estudiantes?
Sí. Son tal como las describo. Alquilan un actor y, como si fuera un
enfermo, los estudiantes hacen de médico, de enfermera... El actor interpreta
unos síntomas que ha pactado previamente con el profesor y el grupo de
estudiantes debe diagnosticar la dolencia. La señora Donaldson se enfrenta cada
día a un grupo de jóvenes y, según sus reacciones, debe improvisar. Son
situaciones a veces dramáticas: cómo deben comunicarle a alguien que se va a
morir, o pedir que desenchufen la máquina de un familiar...
¿Cuál fue la primera idea que tuvo sobre esta historia?
La de unos estudiantes que no podían pagar su alquiler y realizaban una
oferta insólita a la casera: mantener relaciones sexuales delante de ella, a
cambio del alquiler. Ahí se encuentra la señora Donaldson, que les arrienda una
habitación en su piso de viuda. Una dama en una edad en la que creía que
algunas cosas ya eran imposibles.
Todo esto la transformará...
Ella es una mujer apocada, entregada su matrimonio, pero que al enviudar, y
perder aquello que le daba seguridad, siente que no está dispuesta a asumir el
papel que le han reservado.
En su libro de la reina no recuerdo ninguna escena de sexo, pero aquí
el sexo, el deseo, es el tema principal del libro. ¿Cómo se aproxima a ello?
He escrito algo no previsible. No quería que el lector creyera que yo soy
aquel señor que hace siempre un humor educado, suave. Quería sorprender a la
gente. ¿Alan Bennett escribiendo escenas porno? ¡Es lo último que esperaban de
mí! Mis descripciones no son nada líricas, pero tampoco satíricas ni burlescas.
Son, ¿cómo decirlo?, muy concretas, el reto era que divirtieran sin caer en lo
vulgar. Me gusta mucho cómo lo hace Philip Roth, por ejemplo, aunque le han
criticado por ello.
La hija es odiosa, ¿no?
Lo que resulta odioso es la visión que los jóvenes tienen de lo que se supone
que debemos hacer los mayores. A menudo, los hijos se sienten ofendidos por la
libertad de sus padres, cuando estos quieren emprender una vida distinta. Los
hijos quisieran que sus padres se aburrieran haciendo lo que hacen los viejos.
Pero las cosas no suceden de ese modo...
Cuando la señora Donaldson actúa se siente muy bien. ¿Es buena terapia?
Sensacional. Yo soy actor también y eso te permite vivir otras vidas, salir de
ti mismo.
¿Es como escribir?
Es parecido, pero a mi edad es mejor escribir porque se te olvidan los
textos... Ahora lo hago solo en la radio, porque puedo leer una chuleta.
Vamos a la segunda historia, llena de sorpresas. Un hombre de gran
belleza que se casa con una millonaria no demasiado agraciada.
Él tiene secretos, un secreto muy importante que tiene que ver con su
sexualidad. Parece todo muy loco pero es verosímil aunque yo lo concentro mucho
en pocas páginas. Es lo que le sucede a la gente: si usted pudiera ver todo lo
que en realidad hacemos, las vidas secretas de cada uno, ¡sería un terremoto!
Si emergieran, se irían muchas cosas a pique, tal vez no estamos preparados
para eso. Todas las vidas tienen muchas sorpresas, seguro que también la suya.
Graham es gay pero tiene relaciones con su esposa, ve el sexo conyugal
como una perversión estimulante.
Eso puede ser así. Encasillamos a la gente en unas conductas pero el mundo es
mucho más diverso.
Betty, en cualquier caso, es la esposa perfecta...
Pero de hecho tampoco es quien se espera: la rica fea que aguanta. Es la
más lista, porque en realidad lo sabe todo, conoce bien a su marido, pero nunca
está celosa, nunca pierde los nervios, y es la que sabe amar mejor y eso la
convierte, en realidad, en un personaje romántico.