Paisaje y personajes, trama y anécdota histórica, realidad y ficción, se mezclan. Como deberían fundirse, en una democracia verdadera -Sciascia identifica con sabiduría Constitución y Estado- las causas colectivas y las individuales, como el mar y la línea del horizonte. Tradiciones, etnología, expresiones mafiosas, silencio cómplice, la armónica aspereza del dialecto, las complejas relaciones familiares, aparecen, fogonazos de vida, negras sombras, en sus libros iniciales (Las parroquias de Regalpetra, 1956; Los tíos de Sicilia, 1958). La sobriedad de los colores de la tierra y la ironía, no exenta de crítica, de sus personajes: inolvidable, por ejemplo, el padre Gaetano, Todo Modo o el ausente físico Ettore Majorana, La desaparición de Majorana, presentes en sus novelas de costumbres o investigación. Permanentes, estrellas fijas en una agrietada bóveda celeste, sus policías, investigadores, fiscales, al servicio de la República, de la verdad, de la justicia, que acaban muertos o sepultados por la burocracia y las componendas partidistas, representan el espacio de lo público y colectivo: el bien común.
Ante la arbitrariedad y el caciquismo, discreta combinación de mafia y cultura política siciliana, italiana, Sciascia se rebela contra el marasmo y asume una identidad plural, un articulado discurso público, ciudadano anónimo, enfrentado al destino de ser voz transparente. Una voz que clama contra el fondo de reptiles, contra los sótanos del Estado. Sciascia, lector voraz, contiene lo gris de Kafka, las paradojas de Borges y la combativa alegría de vivir de don Quijote. Y escribe con afilada navaja.
Ateo capaz de comprender (y soñar) el sentido de la trascendencia, moralista influido por la Enciclopedia francesa, Sciascia combinará los detallados estudios de carácter histórico, Muerte del inquisidor (1964) o Los apuñaladores (1976) con ensayos sobre Pirandello y la iconografía siciliana, pasando por sus nouvelles noirs, la mafia al fondo, como El día de la lechuza (1961) o A cada cual lo suyo (1966). Todo género, la literatura, la palabra, le servirá para describir y analizar la deriva corrupta de las instituciones italianas hacia el caos y el fin de la política, entendida como el lugar de lo común, o la “historia de la larga derrota de la razón”.
Enemigo de la impostura, de toda forma de autismo social, la prosa de Sciascia -riqueza expresiva, riqueza temática- es un profundo empeño, salpicado de ortigas y cerrojazos, por demoler la historia oficial, desvelar los meandros de la mentira y denunciar los excesos, acompañados de asesinatos, de la razón de estado. Cándido o un sueño siciliano (1977), será su respuesta al “compromiso histórico”, el intento de gran acuerdo nacional entre la Democracia Cristiana (DC) y el PCI. Con El caso Moro (1978), crónica de un crimen, el diputado radical enfrentará a la sociedad ante sus fantasmas y a la poderosa DC ante su propia responsabilidad: “Anoche, saliendo de paseo, vi una luciérnaga en la grieta de un muro.”
Publicado por Bruguera en los 80 y retomado por Tusquets, Leonardo Sciascia ofrece una reflexión ética e histórica sobre el lugar de Sicilia en el mundo -metáfora de muchos espacios imposibles-, un combate contra la omnipresencia de la mafia y sus conexiones políticas y económicas, y una apuesta solidaria, íntegra y democrática, por los valores ciudadanos, democráticos.
Frente a la estatua paseante erigida en Racalmuto, se agita un modelo de escritor casi desaparecido, cuyo sguardo sobre el mundo, de fuerte carga ideológica y simbólica, sigue siendo necesario. Sus libros, luminosos y ácidos, son un aldabonazo ante el colapso general de la democracia de partidos -secuestrada por mercados intangibles-, una democracia formal e irreal que agoniza ante el acecho de diferentes enfermedades, algunas mortales, de matriz neoliberal.
Narrador del sur, el hondo y aterrador sur (mucho más que una geografía), el sur ajeno a la industrialización que el neorrealismo con películas como La terra trema (Luchino Visconti, 1948) convirtió en antropológico espejo de miserias, es el territorio sentimental, político, de Sciascia. Contemporáneo de grandes y dispares autores como Vittorini, Pavese, Buzzati, Pasolini, Moravia, Bassani, Ottieri, Pratolini, Gadda o Calvino, entre otros, mantendrá, hasta sus últimos textos, Una historia sencilla (1989), la fortaleza de su mirada cívica, ética, ajena al egoísmo, sobre la vida comunitaria. Enemigo de la literatura como juego y punto de fuga, Sciascia nunca consideró su “estar en el mundo literario”, un refugio estético.
Vertebrado por el racionalismo ilustrado, Sciascia denunciaba la esclerosis crítica y proponía una nueva mirada. “La novela no es otra cosa que la propuesta de una mirada sobre la realidad, reorganizada mediante las palabras”, escribió con acierto Vázquez Montalbán. En Racalmuto la estatua de Sciascia, pese a su falso movimiento, permanece inmóvil. Como la sociedad.
Fragments extrets de: Fernández-Cuesta, Manuel. Sciascia y la responsabilidad ciudadana. A: "Zona crítica". Dins: El Diario (03/05/2013) <http://www.eldiario.es/zonacritica/Sciascia-responsabilidad-ciudadana_6_128497154.html>
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