De viatge amb el T-10 de la Bòbila

T-10 és el club de lectura de la Biblioteca la Bòbila que us ofereix plaer i coneixement a partir d'un viatge literari organitzat en deu etapes. L’itinerari del “Club de lectura T-10” combina lectures, tertúlies, còmics, butlletins, xerrades o pel·lícules. És una proposta de 10 excursions lectores, 10 mirades diferents del lloc.

Després dels viatges literaris que hem fet a la ciutat de Nova York, a l'Europa Central, també anomenada Mitteleuropa i a Rússia, al peculiar humor anglès; o a les illes literàries, ens dirigim a la frontera i saltem a banda i banda..., entrem en el cor de la família, a la novel·la llatinoamericana actual, a la part fosca de França a la ciència-ficció,Infància i l'adolescència, Al marge: la mirada de l'outsider, Dones i feminisme .
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dimecres, 6 de febrer del 2019

Travesuras de la niña mala, de Mario Vargas Llosa

El proper dimecres 13 de febrer, a les 19h comentarem Travesuras de la niña mala de Mario Vargas Llosa. Fragments del comentari de José Miguel Oviedo per a la revista literària Letras Libres ens serveixen perfectament com a introducció:
Es la primera novela de Vargas Llosa donde lo amoroso y sentimental es el foco central de la acción ; todo gira alrededor de una historia: la de los amores de Ricardo y Otilia (Lily), la llamada “niña mala”.
No es ésta la única novedad ni la más importante. Las novelas de Vargas Llosa suelen ser montajes de múltiples historias, con patrón principal binario: dos historias que primero corren paralelas pero luego convergen y se intersectan.  La total ausencia del indicado patrón introduce un cambio sustancial y un reajuste en el modo habitual como su mundo ficticio se presenta ante el lector:  ahora tenemos una historia que se mueve en un único plano lineal y siguiendo estrictamente un curso cronológico, que comienza en los años cincuenta y termina ya cerca del presente.
Los saltos temporales han sido reemplazados por los continuos cambios de ambiente geográfico. Siguiendo el designio del autor, cada capítulo ocurre en una ciudad distinta: Lima, París, Londres, Tokio, Madrid. Sin embargo, es cierto que las dos primeras capitales reaparecen más de una vez y que el indudable centro de todo es París, al punto de que la obra puede considerarse un homenaje a ella. París y el resto, cumplen así una clara función de co-protagonistas.  El perfil propio que cada ciudad otorga a lo que allí ocurre da un carácter singular a cada uno de los capítulos: son como cápsulas que contienen la clave del desarrollo de la novela y del destino de sus protagonistas.
Otra consecuencia importante de ese diseño es que, siendo las cuitas amorosas de la pareja el asunto dominante o único en la composición narrativa, ésta depende, exclusivamente, de que su contextura y su evolución psicológicas tengan plena verosimilitud y lógica, aunque sus aventuras (o desventuras) sean disparatadas; es, sin duda, una novela de personajes y no de acción.
Esta especie de “educación sentimental” comienza de modo promisorio: estamos en el Miraflores de 1950 (una época y un territorio varias veces explorados por el autor), en medio de un verano que el adolescente Ricardo Somocurcio, en la primera línea de la novela, califica de “fabuloso”.
Llega la orquesta de Pérez Prado, el mambo se convierte en la moda del momento, pero sobre todo aparecen “las chilenitas”, un par de hermanas llamadas Lily y Lucy que, con su gracioso acento y sus costumbres más liberales, causan sensación entre los muchachos del barrio.
Muy poco después, Ricardo y Lily comienzan una historia de amor que, en vez de durar lo que duran los amores a esa edad, se convertirá, al menos para él, el “niño bueno”, en el amor u obsesión de toda su vida por ella (sólo comparable a la fascinación que él siente por París), la “niña mala”. En el mismo capítulo inicial tenemos la primera sorpresa: la presunta “chilenita” en verdad no lo es, pero el misterio de su identidad se mantendrá casi hasta el final.
El relato presenta un caso característico de amor imposible (pese a un matrimonio de conveniencia) o desdichado por la enorme diferencia que hay entre los sentimientos y las aspiraciones de los dos, lo que está bien señalado por esos apelativos de “niña mala” y “niño bueno” que ellos mismos se aplican. Pero tales designaciones apuntan también a estereotipos que los esquematizan, los adelgazan o trivializan; están tratados como superficies planas, sin mucho volumen o densidad: sentimos su artificio, algo folletinesco, no su realidad. Afortunadamente, hay un notorio salto cualitativo a partir del capítulo cinco (“El niño sin voz”), cuando la vida de ella toma un dramático giro, que la redime de su propia frivolidad y de sus calculadas manipulaciones, lo que produce en él reacciones cuyo fondo humano va más allá de su simple empecinamiento en seguir amando “como un becerro” a una mujer que no lo ama, ni lo respeta ni le interesa.
En verdad, ella ha sido, hasta ese momento, un paradigma del egoísmo y sobre todo del arribismo, cuya causa sólo nos será revelada en ese último tramo, junto con otras grandes sorpresas que animan el texto.
De paso, hay que observar otra novedad dentro del universo ficcional de Vargas Llosa: la “niña mala” significa una clara inversión del código machista dentro del mundo social que retratan sus novelas, pues vemos a un hombre completamente sometido a la voluntad de una mujer.
Los personajes secundarios y sus conflictos laterales –por ejemplo, el niño mudo, sus padres adoptivos, la simpática Marcella del último capítulo– son mucho más interesantes que todos los anteriores.
El final es conmovedor: cuatro décadas después, muy cerca ya de la muerte, ella hace su único acto generoso con su amante y luego le propone, sabiendo que en su vida él sólo fue un intérprete y traductor: “Ahora que te vas a quedar solo, confiesa que te he dado tema para una novela”. Al volverse más reales, el tono liviano y juguetón de comedia sentimental adquiere tintes trágicos.
Dejo de lado otras cuestiones de interés, como el tratamiento de lo sexual y del amor en la edad madura (asunto análogo al que encontramos en El amor en los tiempos del cólera, de García Márquez); el de asumir la vida como ficción, una tentación de realizar algo imposible que el autor examinó en su reciente ensayo sobre Victor Hugo; el lenguaje cronístico o de testimonio autobiográfico –con varios personajes reales– que se mezcla con el novelístico en las minuciosas descripciones de los escenarios o del trasfondo político. Pero sí consideraré las consecuencias estilísticas del último punto: la visible abundancia de frases-cliché como “me dejó hecho una noche por muchos días”, “se dedicó a mí en cuerpo y alma”, “ya se habría mandado mudar con la música a otra parte”; “se me quedó mirando con una carita de mosquita muerta”.
La obra está narrada en primera persona. Sus escenarios son Lima, París, Londres y Madrid. Esto nos pone en la tesitura de pensar que Mario Vargas Llosa juega con lo autobiográfico. Todo el mundo sabe de su estadía en París. También en Londres. El que narra, Ricardo Somocurcio, podría responder como dicen que hizo Flaubert con su Madame Bovary: “la chilenita soy yo” (en referencia a la protagonista de la novela). ¿No había afirmado en La orgía perpetua Vargas Llosa que sólo se puede inventar historias a partir de historias personales?
Esto por un lado. Por otro, en Travesuras de la niña mala convergen cuatro conceptos que Mario Vargas Llosa subraya como capitales en la obra de Gustave Flaubert: violencia, rebeldía, sexo y melodrama.
Podría agregarse también que a la novela no le faltan los ingredientes políticos e históricos. Un cierto aire de desilusión generacional, a la manera en que Balzac y Flaubert trataron este tema. Pero para mí esta historia es fundamentalmente la de una heroína operística. Su condimento melodramático nos remite a un personaje que bien podrían haber dibujado Victor Hugo o Zola. Y en este contexto narrativo, el autor peruano insufla a su figura central esa naturaleza decimonónica de heroína arribista. En la construcción de esta protagonista, Vargas Llosa puso toda su sabiduría ficcional.
La ambición de la niña mala, su necesidad de escala social se va fraguando con la misma hechura de una personalidad enormemente magnética. Sus patológicas relaciones con algunos hombres, sus renuncios éticos, no disimulan ante Ricardo su afán de redención mediante el ambiguo y casi indescifrable amor que le profesa. Mario Vargas Llosa ha creado con esta mujer un personaje de galería. Le ha insuflado toda la soledad posible y toda la difícil rebeldía para hacerla un ser humano verdadero, además de verdaderamente novelístico. No es casual que la novela termine en Sète, el lugar desde donde Paul Valéry escribió “El cementerio marino”. Travesuras de la niña mala está escrita con el mismo rigor formal y estilístico que el poeta francés exigía para sus libros. Esa precisión quirúrgica que exigen los retratos humanos más audaces y huidizos.

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