ens explica com Jean-Claude Romand, un home integrat en el seu barri, casat i pare de família, després de divuìt anys d’engreixar una bola de mentides a propòsit del que és i de la seva feina, se sent de sobte acorralat i un dia de gener de 1993, just quan està a punt de ser descobert i denunciat,mata la seva dona, els fills, el pare i la mare, s’empassa un grapat de sedants caducats i cala foc a casa seva. Romand té la mala sort de sobreviure i mentre es recupera, es va fent evident als ulls de tothom que la seva vida és totalment falsa. Vint-i-sis anys desprès, el 25 d’abril d’enguany ha assolit la llibertat.
Fragments de l’article de Marc Bassets al Babelia de El País, Una literatura sin verdugos ens pinten una interesant revisió de la obra i del seu protagonista.
"Un condenado sale en libertad después de cumplir su pena, y resulta que el condenado también es el protagonista de una novela. ¿Es un personaje? ¿O una persona? El efecto es inquietante.
El Jean-Claude Romand personaje es el protagonista de la obra que consagró a Carrère como un autor central en las letras francesas contemporáneas. El impacto del libro —relato real, o novela sin ficción, por decirlo al modo de Javier Cercas— al publicarse, en el año 2000, no se ha diluido. La salida de prisión de Romand es un epílogo a una historia cuyo significado no se agota en una lectura y varía con el tiempo.
El antecedente más citado de El adversario es A sangre fría, de Truman Capote, novela de no ficción — así la llamaba su autor— sobre el asesinato de una familia de granjeros en Kansas. Las diferencias son evidentes.
Capote pretendía ser objetivo, como una cámara fría y omnisciente; Carrère narra en primera persona e implicándose en la historia. Capote pretendía hacer una crónica periodística en la que nada era inventado, pero fabricaba escenas y conversaciones: engañaba; Carrère cuenta lo que sabe y cómo lo sabe: el foco es más limitado —el narrador no lo ve y oye todo—, pero más honesto y verosímil.
Podría argumentarse que el antecedente de El adversario es otro, menos evidente que A sangre fría: El extranjero, de Albert Camus, también la historia —en este caso ficticia— de un asesinato y una condena.
Ambos libros se parecen por su brevedad. También por los abismos existenciales a los que ambos relatos arrojan. Y por los protagonistas: Meursault y Romand, dos hombres solitarios, enigmáticos, arrastrados en su vaivén vital por quién sabe qué fuerzas. Uno mató porque hacía calor y el sol pegaba fuerte; el otro, porque un día no se presentó a un examen y esto abrió las compuertas a una catarata de mentiras que desembocó en una matanza.
El adversario y El extranjero se parecen incluso en las fuentes de inspiración. La frase corta y seca de Camus en su novela es la de la novela policiaca norteamericana de los años treinta; el relato periodístico de Carrère bebe del periodismo de revistas como The New Yorker y de Capote.
El adversario puede considerarse El extranjero de nuestra época, y Romand, el equivalente a Meursault. Pero esta época ha terminado. Quizá hoy sería más difícil escribir un libro en el que el narrador concediese al criminal el lugar que Carrère le concede a Romand. No le justifica, ni mucho menos le defiende, pero es su personaje: su héroe demoniaco. Carrère no lo esconde. Es un escritor lo bastante sutil para incluir la crítica en el texto, cuando, durante el juicio a Romand, una periodista le reprocha: “Él debe estar contento, ¿no?, de que vayas a hacer un libro sobre él. Toda su vida ha soñado con eso” ...
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