2001: UNA ODISEA ESPACIAL
La historia de 2001, una odisea espacial se remonta a
1948, cuando Arthur C. Clarke escribió un
relato titulado El centinela para un concurso de
la BBC. Su texto no fue seleccionado, pero su idea central, una pirámide instalada en la Luna por alguna entidad
extraterrestre, sirvió de germen para la creación, un par de décadas más tarde,
del famoso Monolito. Kubrick, tras rodar ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú en 1964, pretendía rodar una película de ciencia ficción diferente y rompedora, para lo cual decide buscar un escritor de ciencia ficción que pudiera ayudarle con la escritura del guión. Al final, en 1964, Kubrick contacta con Clarke, escritor británico del género que en aquel momento
vivía en Ceilán (hoy Sri Lanka). Cabe destacar que Arthur C. Clarke no era un escritor de ciencia ficción a secas: fue presidente de la Sociedad Interplanetaria Británica y era un reputado científico especializado en física aeronáutica. Clarke acepta con interés el proyecto y ofrece a Kubrick una serie de relatos escritos por él mismo. Uno de ellos (el citado El centinela), llama la atención del director y es el que sirve como base del argumento. Estuvieron trabajando juntos en el guión un año. La novela fue publicada después del estreno de la película, aunque se escribió paralelamente al guión de la misma y la idea era publicarla antes de su estreno. Podría hablarse de un trabajo en equipo entre Kubrick y Clarke tanto en el guión como en la novela, pero fue el segundo el que decidió coger parte del material escrito y novelarlo (material, cabe recordar, que se basaba en un relato suyo). Por ello, es erróneo pensar que el texto de Clarke era una novelización del filme de Kubrick.
2001, una odisea espacial (la novela) plantea un sobrecogedor viaje interestelar en busca de la evidencia de que el ser humano no está solo en el cosmos. La aparición de un misterioso monolito negro es el eje sobre el cual gira una aventura que dura miles de años, desde los primeros pasos del ser humano como tal hasta la conquista del espacio. Una expedición a los confines del universo y del alma en la que pasado, presente y futuro se amalgaman en un continuo enigmático. La intriga, la acción y la desbordante imaginación propias del género confluyen en esta obra magna que plantea cuestiones que, desde los inicios, inquietan a la humanidad: ¿Qué esencia última nos rige? ¿Qué lugar ocupa el ser humano en el complejo entramado del infinito? ¿Qué son el tiempo, la vida, la muerte? Para abordar estas cuestiones, el escritor Clarke da más explicaciones que el director Kubrick, que se deja llevar por el esteticismo y la potencia visual en detrimento de la narración, de manera que la película es a veces difícil de interpretar (cosa que él sabe y que le da igual). En cambio, Clarke sí cuenta una historia en la que queda mucho más claro qué papel juega cada elemento y por qué pasa lo que pasa.
Que lo escrito por Clarke sea más claro no implica que no sea emocionante y lírico. Hay mucha poesía en las páginas de 2001, pasajes deslumbrantes en los que el autor no disimula su amor por la ciencia, el espacio y la exploración. Y lo que es más importante, logra transmitir al lector esa pasión. Clarke, además, no sólo escribe ficción científica, sino que anticipa inventos, diseños y hasta maniobras de naves, con tanto detalle (sobre todo en las novelas posteriores) que hará las delicias tanto de los aficionados como los no aficionados al género. Y supo conjugar de tal manera su faceta científica con la literaria, que en 1961 recibió el Premio Kalinga, otorgado por la Unesco en reconocimiento a su labor como divulgador científico al gran público.
La novela empieza con estas palabras de Arthur C. Clarke y Stanley Kubrick, que son toda una declaración de intenciones:
"Tras cada hombre viviente se encuentran treinta fantasmas, pues tal es la proporción numérica con que los muertos superan a los vivos. Desde el alba de los tiempos, aproximadamente cien mil millones de seres humanos han transitado por el planeta Tierra.
Y es en verdad un número interesante, pues por curiosa coincidencia hay aproximadamente cien mil millones de estrellas en nuestro universo local, la Vía Láctea. Así, por cada hombre que jamás ha vivido, luce una estrella en ese Universo.
Pero, cada una de esas estrellas es un sol, a menudo mucho más brillante y magnífico que la pequeña y cercana a la que denominamos el Sol. Y muchos -quizá la mayoría- de esos soles lejanos tienen planetas circundándolos. Así, casi con seguridad hay suelo suficiente en el firmamento para ofrecer a cada miembro de las especies humanas, desde el primer hombre-mono, su propio mundo particular: cielo... o infierno.
No tenemos medio alguno de conjeturar cuántos de esos cielos e infiernos se encuentran habitados, y con qué clase de criaturas: el más cercano de ellos está millones de veces más lejos que Marte o Venus, esas metas remotas aún para la próxima generación. Mas las barreras de la distancia se están desmoronando, y día llegará en que daremos con nuestros iguales, o nuestros superiores, entre las estrellas.
Los hombres han sido lentos para encararse con esta perspectiva; algunos esperan aún que nunca se convertirá en realidad. No obstante, aumenta el número de los que preguntan: ¿Por qué no han acontecido ya tales encuentros, puesto que nosotros mismos estamos a punto de aventurarnos en el espacio?
¿Por qué no, en efecto? Sólo hay una posible respuesta a esta muy razonable pregunta. Mas recordad, por favor, que ésta es sólo una obra de ficción.
La verdad, como siempre, será mucho más extraordinaria”.
Ante semejante inicio, ¿cómo no lanzarse a leer una de las novelas más influyentes y emblemáticas de la ciencia ficción de todos los tiempos?
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