Sharma escribe literalmente dentro de un armario: en un habitáculo, donde apenas cabe su mesa, con puertas correderas que comunican este reducto con una amplia habitación dominada por una tabla de planchar y un sofá. Las puertas se mantienen cerradas cuando teclea. "Supongo que tengo un extraño sentimiento de vergüenza cuando escribo", alega. "Creo que necesito contención, como alguien que fabrica una bomba y es algo tan intenso que cada pequeña parte es importante".
PREGUNTA. Doce años hasta poner el punto final. Luego ¿sintió alivio?
RESPUESTA. Creo que tengo mucha suerte y soy un privilegiado por haber podido emplear tanto tiempo. Quería crear algo placentero, que plasmara todas las emociones. Si simplemente se leía bien, pensaba que sería algo superficial.
P. ¿Cuál fue su ritmo de trabajo?
R. Sentarme y trabajar cada día. De hecho, escribí cerca de 7.000 páginas, unas 36 versiones, que tiré a la basura. No es que tuviera bloqueo, es que sentía que el libro no funcionaba.
P. Vida de familia arranca con una escena en la que el protagonista, ya adulto, le hace cosquillas a su padre, y sin embargo la historia que narra es francamente dura.
R. En las primeras versiones empecé con el accidente que sufre el hermano del protagonista, el momento más dramático. Pero las historias de verdad no son así.
P. Y el final, ¿también le costó?
R. Trabajé con dos opciones. Pero la verdad, sobre casi cualquier cosa, es que no hay finales. Saul Bellow hablaba de cristales rotos.
P. ¿Pensó en hacer unas memorias en lugar de una novela?
R. Nunca. Creo que uno es más honesto cuando escribe una novela. Además, no quería que ésta fuera aburrida, ni que diera lástima. Quería escribir un libro que mi madre leyera…, pero ella no lee novelas. Mi propósito era que el libro fuese rápido, que tuviera velocidad, que se aproximara a la vida, que funcionara como un cohete y que el punto de vista del niño no lo atascara.
P. ¿Cómo empezó a escribirlo?
R. Trabajaba en banca en Wall Street y en unas vacaciones de Navidad escribí un cuento que mandé a la revista The New Yorker y se publicó. Empecé a sentir que mi vida en la banca era una ficción y que lo real era la escritura. En 2001 dejé aquel trabajo.
P. ¿La base autobiográfica fue una dificultad añadida?
R. Cualquier cosa que hagas es difícil y hay muy pocas que no sean autobiográficas; hasta una historia sobre un pedófilo puede acabar siéndolo.
P. ¿Qué decidió omitir?
R. Hay muchas cosas en la vida que son aburridas. Mi padre, a diferencia de lo que aparece en el libro, no era alcohólico, sino depresivo. Pero al final cuentas la misma historia. Trataba de construir una memoria lo que pasó mi familia, emigrantes a EE UU antes de que se estableciese la comunidad india aquí. Creo que la realidad externa te fuerza a reconocer lo que está pasando internamente, como cuando Ulises llega a Ítaca y Argos mueve la cola.
P. ¿Llegó a pensar que no terminaría?
R. Todo el tiempo sentía que estaba masticando una roca, he pasado mi treintena escribiendo este pequeño libro hasta que empecé a ver que me acercaba a lo que quería. Eso pasó cuando decidí prescindir de la parte sensual, de los sentidos, no incluir ni olores ni sonidos. Justo lo contrario que Chéjov, porque una historia sin apenas trama te lleva a dramatizar. Yo quería que hubiera cosas muy bonitas al lado de estupideces, errores al lado de aciertos, ese cinismo que es muy indio.
P. Llegó a Estados Unidos a los ocho años. ¿Se siente, en parte, un escritor indio?
R. La sensibilidad de cada uno no sabes muy bien de dónde viene. Pero la novela es un género relativamente nuevo en la tradición india y la única lengua que puedo leer es hindi. Estoy más próximo a los escritores estadounidenses."
Per a saber-ne més, la fitxa biogràfica de Lecturalia.
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