L'article de Rodríguez Yagüe, M. 'Crónicas marcianas (1950) de Ray Bradbury' ens ofereix una idea del llibre i del seu univers simbòlic:
No es una novela, sino una recopilación de veintisiete narraciones cortas publicadas entre 1946 y 1950 en diversas revistas especializadas, e hiladas por su temática más que por su continuidad,que refieren de forma dispersa las experiencias de un grupo de colonos terrestres en Marte durante un periodo de 27 años a finales del siglo XX y comienzos del XXI. Los humanos, enérgicos y curiosos en sus ansias exploradoras, buscan en Marte nuevas oportunidades o una salida a una Tierra cada vez más acosada por los problemas. Los marcianos telépatas, sin embargo, no están dispuestos a darles la bienvenida y a pesar de ser una raza frágil y decadente, consiguen rechazar las primeras expediciones ya sea recurriendo a la violencia o al engaño. Sin embargo, sus días están contados y las enfermedades que portan los humanos acaban con ellos en poco tiempo.
Como el otro gran libro de Bradbury, Fahrenheit 451, Crónicas marcianas es una obra que deja al lector invadido por el pesimismo. Pero, a diferencia de aquél, éste no deja a su conclusión una puerta abierta a la esperanza. Muchos de los personajes se antojan ligeros, amables, incluso absurdos, como el vendedor de maletas que trata de hacer negocio con los colonos deseosos de regresar a la Tierra para luchar en la guerra mundial, o el jardinero que sueña con cubrir de árboles el planeta. Pero entonces el horror y la decepción con nuestra propia especie se filtra por las esquinas. Como dice uno de los personajes: “Nosotros los terrestres tenemos un talento para estropear las cosas grandes y bonitas”. Y, efectivamente, los hombres se las arreglan, voluntariamente o no, para destruir la antigua civilización marciana, sus propias colonias e incluso la Tierra.
El Marte de Bradbury es, como el de Burroughs y Brackett, un lugar ancestral, silencioso, seco… pero habitable por los humanos sin necesidad de equipos especiales. Escritor más de terror y fantasia, Ray Bradbury utilizó sus propios tópicos tradicionales (cohetes, telepatía, robots, viajes temporales, tecnología avanzada, alienígenas, guerras futuras) como herramientas para construir su inocente visión del universo, ajena a la realidad de las leyes físicas o biológicas. Su intención jamás fue la de escribir una ciencia ficción que apuntara a un futuro posible o siquiera verosímil.
Esa falta de rigor fue el motivo por el que el principal editor de ciencia ficción de la época, John W.Campbell, no dio cabida a las historias de Bradbury en su revista Astounding Science Fiction, viendo éstas la luz en publicaciones menos ortodoxas como Planet Stories, Thrilling Wonder Stories, The Arkham Sampler o Weird Tales.
Anteponer el estilo al rigor científico fue una apuesta arriesgada entonces y al principio,no suscitó sino el desinterés de muchos editores y aficionados. Pero su original aproximación encontró amplio eco fuera del ámbito de la ciencia ficción. Cuando en 1950 esos cuentos se ordenaron y recopilaron en formato de libro, el mundo de la intelectualidad, que nunca había estado demasiado interesada en el género más allá de determinados autores europeos, se volcó en alabanzas hacia Crónicas marcianas, impulsando a Bradbury un paso más allá del gueto literario que siempre ha sido la ciencia-ficción y, para muchos, señalando la mayoría de edad de ésta.
Al fin y al cabo, el estatus de clásico indiscutido de este libro no se debe a su desarticulado argumento ni tampoco a la fuerza de los personajes (puesto que no hay ninguno fijo e incluso algunas historias carecen de ellos). No, su capacidad de pervivencia y fascinación se la debe a su éxito a la hora de encapsular con una gran elegancia lírica el espíritu de la sociedad americana en su época: la ansiedad nuclear, la frustración de un fallido programa espacial y la nostalgia por una inocencia que nunca existió.
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